Por Jorge Sánchez de Nordenflycht.

En Quito siempre hubo gato encerrado; mojigatos y mojigatas que decían A y hacían Z; ciudadanos y ciudadanas que invocan al Evangelio y los derechos humanos, pero actúan en nombre de la insensatez y las leyes de Satanás. En el año 2022 D.C. cuesta creer que algunos de los principales diccionarios de nuestro idioma aún no hayan integrado en sus páginas el término curuchupa, usado en estas tierras para referirse a los maestros, discípulos y feligreses del doble estándar. Lobos y lobas en pieles de ovejas que intentan -vanamente- tapar la realidad con sus motas de lana.    

Cuando se habla de violaciones o abortos es inevitable no pensar en la historia de Carmela Granja, la popular abortera del Centro Histórico de Quito, quien en 1938 fue condenada y encarcelada por la muerte de una joven que había sido obligada a salvar el honor familiar tras un embarazo no deseado. El caso escandalizó a la opinión pública y el juicio contó con el apoyo de la Iglesia, el Estado, los medios de comunicación y las mismas familias aristocráticas que habían recurrido a los servicios de Carmela más de una vez, agachaditas, para que nadie se entere.    

Carmela Granja nació en Ambato, otra ciudad serrana y eminentemente curuchupa, en el anochecer del siglo XIX. Estudió obstetricia en la Universidad Central, no llegó a titularse pero ejerció en la clandestinidad durante varios años. Por testimonios incompletos y recuerdos imprecisos de los viejos habitantes de Quito, se sabe que era dueña de prostíbulos y que atendía a muchachas de todas las clases sociales en una casa del tradicional barrio La Guaragua. Sus pacientes eran guambras, adolescentes embarazadas, víctimas de la ignorancia y la violencia sexual, el incesto, la perversión y la hipocresía de vecinos y parientes, patrones, burócratas y obreros.  

En la novela Sangre en las manos, publicada 20 años después del juicio que desencadenó una cacería de brujas contra las obstetras y parteras de la época, la escritora Laura Pérez de Oleas Zambrano reconstruyó una parte de esta paradójica historia con olor a formol. Estenia Germán, la protagonista del relato, es la personificación de Carmela, una mujer de origen humilde que escala en el bajo mundo gracias a una inteligencia y desenfado contrarios a los cánones del machismo. Una mujer con vocación de cirujana que fue traicionada por sus clientes del alto mundo:       

Medio Quito me ha ocupado en toda clase de suciedades. Ellos me quitaron, con su charla y con su dinero, la repugnancia que sentí al principio”.

Es increíble que casi 90 años después el aborto siga siendo una práctica ilegal y clandestina con la que se criminaliza a las mujeres y a quienes ejercen el oficio con el fin de evitar el dolor y la miseria. Es increíble que tengamos que citar a Carmela Granja como si todavía estuviera en La Guaragua resolviendo -en secreto- la vida de los provida, y es inconcebible que al año 2022 D.C. el debate de nuestras autoridades se reduzca a legalizar el aborto por la causal de violación. 

¿Cuánto hemos avanzado en un siglo? Probablemente, mucho menos que las vidas mutiladas.