Las cifras sobre feminicidios y violencia de género en Ecuador son alarmantes y dolorosas. Mediante el levantamiento de testimonios, entrevistas y evidencias científicas, confirmamos que la crianza es urgente para el cambio.  

Texto: Jorge Sánchez de Nordenflycht.
Video: Paola Brito. 

No nacemos mujeres ni hombres… Nos hacemos.

Las cifras sobre feminicidios y violencia de género en Ecuador son incompletas, conocidas y alarmantes, al igual que la información que circula solapadamente en los barrios, en las calles, en nuestras propias familias… ¿Será que el marido le pega o le viola? Si 6 de cada 10 mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género, no es muy difícil que esta toque nuestra puerta o viva entre nosotros.

Según el portal FemicidiosEc, manejado por el Consejo de la Judicatura, entre el 10 de agosto de 2014 y el 06 de marzo de 2022, 1.343 mujeres sufrieron feminicidios y otras formas de muertes violentas en las que el género no fue el móvil del crimen sino un factor. De acuerdo a la Alianza para el Mapeo y Monitoreo de Feminicidios en Ecuador, conformada en 2017 por un colectivo de organizaciones feministas, solo en 2021 fueron asesinadas 197 mujeres, o sea, una cada 44 horas. De esas 197 víctimas, 99 eran madres, 8 eran mujeres transgénero y 67 fueron usadas como carne de cañón en enfrentamientos entre bandas delictuales. 197 niños y niñas se quedaron sin mamá y muchos de ellos en la orfandad.

Si miramos los escasos pero elocuentes datos sobre violencia en población LGBTIQ+, la situación no es un pelo más alentadora: en un estudio de caso que realizó el INEC, en 2013, en torno a las condiciones de vida, inclusión social y derechos humanos de una muestra de personas no binarias, se concluyó que el 71% de estas había sufrido algún tipo de violencia en su entorno familiar.

Todo esto solo es la parte más visible de un problema que encuentra sus raíces en una cultura histórica y profundamente patriarcal y machista, misma que se manifiesta en sometimientos y violaciones mucho más cotidianas y desoladoras que las encuestas y las crónicas rojas. Como las vulneraciones que vivió nuestra madre, tu prima, su hija, mi hermana, tu amiga.

Eduardo Estrella, abogado, agente fiscal de violencia de género, cuenta que la mayoría de casos que ha visto se dan en el hogar o en ámbitos cercanos, y que los agresores suelen replicar las agresiones que sufrieron durante su infancia y adolescencia, producto de que las normalizaron. Paola Maldonado, geógrafa de Fundación ALDEA, una de las organizaciones que impulsa al movimiento feminista local, asegura que el 60% de los feminicidios suceden en los entornos familiares y de amigos, y que es urgente cambiar radicalmente la forma en que nos relacionamos. Sybel Martínez, vicepresidenta del Consejo de Protección de Derechos de Quito y directora del Grupo Rescate Escolar, un programa de prevención y erradicación del bullying en escuelas y colegios del país, afirma que las cifras no mienten y que “la violencia en todas sus formas y manifestaciones es un problema estructural: no entendemos que lo ‘masculino’, lo ‘femenino’, son construcciones sociales y culturales; no son inmóviles y pueden ir cambiando”. Por su parte, Efraín Soria, coordinador general de Fundación Ecuatoriana Equidad, una organización de hombres gais que se abrió paso a inicios de siglo para trabajar por la salud y ciudadanía LGBTI, enfatiza que la violencia no es “genética”, sino “aprendida”, y que nuestro lenguaje cotidiano está lleno de palabras y expresiones que la reproducen: “Palabras como ‘marica’ o ‘maricón’ son utilizadas para denostar cuando una persona no cumple con lo que nosotros quisiéramos”, afirma (mira y comparte nuestra sección Nuevas Masculinidades).

¿Cómo hacer entonces para erradicar el machismo y la violencia de género? ¿Cómo hacer para que estos reportajes no sigan estando de moda y puedan ser archivados? La respuesta es evidente y todos los entrevistados de este primer especial de Habitación Propia la reafirman: debemos criar y educar para la igualdad entre mujeres, hombres y personas LGBTIQ+.

Sobre cómo educar para la igualdad de género en las instituciones educativas se está investigando ampliamente, aunque todavía no se llevan a la práctica muchos de los conocimientos, pedagogías, leyes y discursos que este desafío ha suscitado durante las últimas dos décadas. El tema de la crianza en las familias y sus entornos, en cambio, está en gestación, especialmente en el escenario latinoamericano y ecuatoriano, y como laboratorio de contenidos hemos decidido explorarlo e internarnos en él.

Hacerlo es clave y urgente: de acuerdo a las proyecciones poblacionales del INEC, para el año 2020 el 25% de la población de Ecuador eran niños y niñas, el 9% eran adolescentes y solo el 11% superaba los 60 años. Somos una sociedad joven y eso supone la oportunidad de criar y educar en el feminismo a una gran masa de personas. No hacerlo supondría arriesgar sus derechos y sus vidas, y poner en jaque el futuro.

La supremacía del respeto

 

¿Cómo criar entonces para la no violencia y la igualdad de género? ¿Cómo criar para que no sigan registrándose, día tras día, casos de violencia de género entre adultos y adolescentes, y evitar que haya una escalada de violencia -como piensa Estrella que podría ocurrir-? ¿Cómo criar para terminar con la violencia sexual en un país donde, en las palabras de Sybel Martínez, “el incesto es el secreto mejor guardado”? ¿Cómo criar en una región latinoamericana y caribeña en la que se registra una prevalencia de 55% de agresión física y 48% de agresión psicológica contra niños, niñas y adolescentes?     

No existen recetas, pero sí consensos. Por ejemplo, respecto al impacto que tienen, en el contexto de la crianza en el hogar -y fuera de él-, las acciones y palabras de los padres, madres y cuidadores de los menores de edad: con ciertas adaptaciones, esas serán las acciones y palabras que desplegarán sus hijos e hijas cuando sean jóvenes o adultos. Predicar o enseñar con el ejemplo puede parecer una perorata y no necesariamente predice o determina la personalidad y comportamientos futuros, pero de acuerdo a las evidencias recogidas sí es un factor y un recurso fundamental.     

No bastan las promesas y las buenas intenciones. Soria sostiene que para erradicar el sexismo, es decir, el sentimiento de superioridad del hombre sobre sus pares femeninas, “no necesitamos cambiar las actitudes de los niños, sí las de los adultos”. Esto implica, entre otras cosas, no hacer bromas ni reproducir actitudes sexistas que puedan estar perpetuando la violencia. Sybel afirma que es indispensable realizar un ejercicio de introspección que permita autoanalizar la forma en que fuimos criados e identificar los patrones de violencia: “El poder entender que tenemos sesgos, que vivimos machismo, que enfrentamos estereotipos de género y los estamos trasladando, además, a nuestros sistemas familiares, es una tarea titánica, pero de verdad necesaria si queremos cambiar esta realidad”. Para ella, la fuerza de la autoridad de madres, padres y cuidadores, radica en el ejemplo con que inspiramos a nuestros hijos o a los menores bajo nuestro cuidado, “y no en el miedo que les podamos hacer notar frente a una orden o disposición. (…) Yo no concibo que hablemos de igualdad y que le veamos a papá cocinando, cuando a la hora de la hora puede estar zarandeándole a su mujer o teniendo algunas otras manifestaciones de violencia, como celos”. Maldonado refuerza esta idea y dice que uno de los principales retos de las mujeres es, precisamente, hacerse conscientes de los patrones violentos en los que se desenvuelven, “en el hogar, en el bus, en todos lados”.        

Asumiendo que criar con el ejemplo en una máxima, ahora cabe preguntarse desde qué perspectiva debemos hacerlo y cuáles son las actitudes y mensajes que debemos priorizar al momento de compartir con los guambras bajo nuestro cuidado. A Estrella no le sorprende el haberse encontrado con casos de feminicidios en los que los agresores hicieron observar la agresión a sus hijos con el fin de aleccionarlos o enseñarles que esa es la manera de actuar. Tampoco le llama la atención el que muchos adultos aún miren con sorpresa a los hombres que cambian pañales o cargan a sus guaguas en el espacio público. Para él, la clave radica en “romper con los roles, el rol de macho, de la persona que mantiene el hogar, pero que no puede hacer labores domésticas y estar ‘sometido’ a la crianza de los hijos. Hay que educar a los niños en el rol de la crianza”. Sobre lo mismo, Soria agrega que se debe recalcar el mensaje de que los hombres sí se equivocan y que los errores exigen arrepentimiento y las respectivas disculpas. En su mirada, “la violencia se puede deconstruir a través de procesos educativos que permitan a las personas reflexionar sobre esas situaciones. (…) Así como se educa en la violencia, también se puede educar en una cultura de paz”.   

“Hoy muchos padres quieren involucrarse en la crianza de los hijos, y eso es un paso importante. Ya no se pregunta a las madres qué hacer, hay una corresponsabilidad”, nos recuerda Sybel a través de la plataforma digital que posibilitó estas entrevistas. Pero enseguida continúa para también recordarnos que en nuestra cultura “seguimos manejando el tema del amor romántico, entonces los chicos son quienes cuidan a las chicas, las chicas no tienen autonomía y quizá pensamos que lo mejor que les puede suceder es que tengan pareja, y eso es algo que está muy arraigado en los adolescentes”. Para ella, otros dos aspectos clave son, por un lado, los juegos y juguetes con que socializamos y forjamos las sensibilidades e intereses de la nueva generación, y también la educación sexual, entendida como la comunicación y el diálogo que se entabla entre madres, padres e hijos en torno a cuestiones que aún en el siglo XXI, y con toda la importancia que entrañan, siguen siendo abordadas desde el tabú: las prácticas sexuales, la identidad sexual, las diferencias y necesidades biológicas de hombres y mujeres, la reproducción y concepción de la vida, los métodos anticonceptivos, el aborto y un largo etcétera.    

Sybel subraya que si no hablamos de sexualidad estamos dejando que otros lo hagan por nosotros: “Hoy lo que está pasando es que antes de que aprendan a besar siquiera, ya el Internet les ha dado todas las opciones para saber qué es el sexo a través del porno”. Es un hecho que, al hablar integralmente sobre educación sexual, estamos entregando herramientas para la prevención de la violencia: “Si llegáramos a entender eso, y no pensar que son acelerantes de las relaciones sexuales, creo que todos los padres estaríamos sentados conversando con nuestros hijos”. En esa misma línea, Maldonado cree que la comunicación es un elemento central y que es necesario identificar y conversar sobre aquellos patrones que buscamos cambiar: “Si no hablas, la información llega distorsionada”.

Detrás de todo esto, el eslogan iguales en la diversidad pareciera resumir el mensaje y el ejemplo que debemos transmitir a nuestros niños, niñas y adolescentes, para criarlos en la no violencia y la armonía de los géneros. Estrella lo pone en estos términos: “Uno de los problemas es que siempre tratamos, desde que son pequeños, de marcar muchas diferencias entre hombres y mujeres, y en realidad todos podemos hacer lo mismo. (…) El hombre y la mujer tienen desigualdades desde el punto de vista de sus sexos, pero es una desigualdad que se va a ver reflejada en situaciones muy específicas… Yo he visto casos de agresiones a adolescentes y es porque los hombres piensan que tienen algún derecho o supremacía sobre la mujer. Eso tiene que romperse desde que son pequeños”. Sobre esto, Soria apunta que “el cómo concebimos a los otros” está en la base del respeto de las diversidades.  

Estrella explica que muchos de los casos de adolescentes infractores se dan porque no se comprenden los derechos de cada quien y tampoco el respeto y la igualdad que deben primar ante la diferencia. Esto repercute, por ejemplo, en que los chicos invadan constantemente los baños y la intimidad de las chicas. Si bien las pautas de crianza son similares con niños y adolescentes, Sybel cree que con estos últimos hay que reforzar la confianza y el diálogo: “Si hemos hecho un buen trabajo con los niños en cuanto a hablar de sexualidad, lo siguiente, en la adolescencia, es hablar del consentimiento y el respeto. Los adolescentes deben aprender a distinguir, por ejemplo, entre el acoso y el coqueteo, y entender que el no es no”.       

El rol del Estado (la soledad de las familias)

La responsabilidad de criar y educar a las nuevas camadas no recae únicamente sobre los hombros de las familias, madres, padres y redes de apoyo. El Estado ecuatoriano no solo tiene la obligación de garantizar el acceso a educación, sino también de proteger a los niños y adolescentes y erradicar la violencia entre los y las habitantes del territorio.

Para Paola Maldonado, geógrafa de ALDEA, la violencia de género es un “acumulado de violencias que viene a partir del abandono, del no tener un sistema educativo adecuado que nos permita, por ejemplo, acceder a información sobre los derechos sexuales y reproductivos; que nos permita hablar claramente sobre la diversidad sexogenérica y la diversidad étnica y cultural que existe en el Ecuador”. A su juicio, en el sistema educativo ecuatoriano prima un enfoque moralista de los temas sexuales que hace más vulnerables a las mujeres de escasos recursos y de zonas rurales: “(…) no se aborda, o se aborda desde perspectivas hegemónicas, sesgadas y llenas de prejuicios, cuestiones importantes como el reconocimiento de la autonomía y la autodeterminación, o el hecho de que las mujeres sean conscientes de sus cuerpos, salud, placeres, etc”. Su crítica es más honda:

“El sistema educativo ha negado libertades, ha negado conocimientos, ha censurado cierto tipo de información y ha tratado de formatear las formas de pensar para sostener un modelo basado en la explotación, la subordinación”.

En una postura similar, Efraín Soria (Fundación Equidad) cree que una deuda pendiente es educar a la gente en la diversidad, y critica el que la adopción de parejas gais, por ejemplo, esté prohibida en base a prejuicios que finalmente condenan a cientos de menores a la pobreza.

Sybel Martínez (Consejo de Protección de Derechos de Quito, Grupo Rescate Escolar) coincide con sus pares. Sostiene que el Estado no está cumpliendo su rol y que no está instalando en las escuelas ni un currículo de educación sexual integral ni mucho menos una perspectiva o enfoque de género. Además, cuestiona el hecho de que en las políticas públicas y en el erario nacional no se esté priorizando el ámbito de la crianza: “El Estado está fallando, no está dando las herramientas de vida, la crianza positiva debería ser una de sus principales políticas e invertir en ella, algo que no sucede”. Para ella, la discusión del proyecto de ley para regular el aborto por violación es otra muestra de la desidia estatal y de quienes hoy concentran el poder en Ecuador.   

“El sistema educativo tiene que dar las pautas”, afirma Eduardo Estrella, agente fiscal especializado en violencia de género. Si bien el sistema judicial tiene un rol que cumplir y ha comenzado a incorporar el enfoque de género en sus procedimientos, solo es el último eslabón o sistema de los que deberían prevenir la violencia: “Cuando se llega a un caso de agresión sexual es porque todo falló”.   

ConCiencia

En América Latina, crianza e igualdad de género son temas que han sido investigados y divulgados ampliamente, pero por separado y no en el cruce o intersección entre ambos. De esto da cuenta la búsqueda de artículos científicos que realizamos para este especial en las plataformas Scielo, Latindex y Google Scholar, por la que solo pudimos llegar a un reducido número de documentos que abordan o se relacionan con dicha intersección.

Varios de los estudios e investigaciones rastreadas son de alcance exploratorio y ponen su foco en la paternidad y las nuevas masculinidades. Una de ellas es la Investigación sobre paternidades y crianza en primera infancia en Ecuador, publicada en 2019 por Plan Internacional, en la que se indagó en las prácticas y discursos que giran alrededor del ejercicio de ser padre. De acuerdo a los resultados, los papás y jefes de familia entrevistados se perciben como reproductores, proveedores económicos y protectores de sus parejas e hijos. Solo excepcionalmente algunos de ellos se percibieron como un apoyo emocional y afectivo para sus núcleos familiares. Otro hallazgo relevante del estudio es que la mayoría de los padres, a pesar de reconocer claramente el significado del machismo y la necesidad de superarlo, declararon ser machistas en menor grado y no estar involucrados en las tareas domésticas y de cuidado de los niños. Quienes excepcionalmente sí se involucraban, lo veían como una ayuda a las madres y no como una corresponsabilidad. En conclusión, se evidenció una peligrosa brecha entre prácticas y discursos.           

Otro estudio, realizado por la oficina de UNFPA para América Latina y el Caribe en el marco de la Iniciativa Spotlight, analizó -desde la perspectiva de las masculinidades- algunas tendencias sobre paternidades, corresponsabilidad y cuidados en la crianza a nivel regional. El documento concluye que la paternidad activa impacta positivamente en la crianza y bienestar de los hijos, a la vez de impulsar el autocuidado y el bienestar de los mismos papás. Asimismo, la corresponsabilidad en los cuidados favorecería la salud, el bienestar y el empoderamiento de las mamás, y disminuiría el riesgo de situaciones de violencia contra mujeres, niños y niñas. En su diagnóstico del estado de la paternidad en la región, el UNFPA alerta que la división del trabajo en el hogar y de cuidados no remunerados es una de las manifestaciones más latentes de la desigualdad de género.      

Una tercera investigación, publicada en inglés, analizó las actitudes hacia la igualdad de género y, a partir de estas, el comportamiento, la comunicación y las experiencias sexuales de adolescentes de Bolivia (Cochabamba) y Ecuador (Cuenca). Entre sus principales resultados destaca el que los adolescentes sexualmente activos, y que ven como algo importante la igualdad de género, reportan un mayor uso de anticonceptivos y consideran más fácil hablar con sus parejas sobre sexualidad, en comparación a los adolescentes sexualmente activos que rechazan o son más resistentes a la igualdad de género. De contrapartida, los adolescentes no activos sexualmente que reivindican la igualdad son más propensos a pensar que las relaciones sexuales son una experiencia positiva, y consideran menos relevante tener sexo con sus parejas. Los autores concluyen que las actitudes a favor de la igualdad de género tienen un impacto positivo en la salud sexual y reproductiva de los y las adolescentes.

Accede en nuestra sección ConCiencia a una selección de documentos científicos relacionados a crianza y violencia de género en el contexto latinoamericano e iberoamericano.   

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