Un 19,3% de docentes encuestadas en 16 universidades del país afirmaron sufrir violencia al interior de la institución, mientras que el 31,2% de las estudiantes también han sido agredidas, según un estudio elaborado por la Universidad San Martín de Porres (Perú) por encargo de PreVimujer. Para los expertos, la educación es clave para frenar esta ‘pandemia’, pero ¿cómo las profes pueden transmitir sus enseñanzas si también son violentadas?

Por María Fernanda Almeida. 

Pensar que existe algún sitio libre de violencia puede ser una utopía. Fernanda Flores, ahora de 40 años, aún recuerda el día en el que su profesor de ciencias naturales le dijo al oído, con tono picaresco, que cerrara las piernas porque, desde lejos, le había visto la vagina mientras ella conversaba con sus compañeras en las graderías del patio del colegio. Cuando ingresó a la universidad vivió otro episodio desagradable. Un profesor, de avanzada edad, intentó besarla a cambio de subirle las calificaciones.

Las experiencias de Fernanda no están alejadas de la realidad. Se repiten una y otra vez. Los expertos aseguran que la violencia es una epidemia y que para prevenir hay que criar y educar con enfoque de género. ¿Dónde? En las escuelas, en las universidades, en las oficinas, en los hogares. 

La Universidad San Martín de Porres por encargo de PreVimujer, programa de la Cooperación Alemana implementado por la GIZ, recientemente presentó el estudio De la evidencia a la prevención: cómo prevenir la violencia contra las mujeres en las universidades ecuatorianas, aplicado en 16 casas de estudios para medir la violencia en las aulas y fuera de ellas. Entre sus principales resultados se encuentran que el 33,7% de las estudiantes fueron agredidas por su pareja o expareja, y un 31,2% por integrantes de la comunidad universitaria. En el caso de las docentes, el 30,4% afirmaron ser violentadas por sus parejas o exparejas, mientras que el 19,3% lo sufrió al interior de las universidades. Los tipos de violencia más frecuentes son el acecho, el acoso y la violencia psicológica. 

El estudio, además, calculó que el gasto indirecto que genera la violencia hacia las mujeres en las universidades asciende a 68 millones de dólares anuales, en los que se pierden 29 días de productividad. Así lo explicó Arístides Vara Horna, director del estudio y docente de la Universidad San Martín de Porres. El experto insiste en que la educación es básica para frenar la violencia. 

También citó un estudio realizado en 95 escuelas del Callao, Perú, en el que se encuestó a 500 docentes. La mitad de ellas reportó violencia. “Encontramos que esa experiencia de violencia afectaba su desempeño como docentes, pero incluso aumentaba la probabilidad de tener violencia con sus estudiantes. El problema está en todo el sistema educativo y si hacemos un estudio en escuelas ecuatorianas encontraremos algo similar”, señala. 

La reflexión del experto es cierta. El Ministerio de Educación ecuatoriano reporta 4.879 víctimas de agresiones sexuales en el sistema educativo ecuatoriano entre 2014 y 2022. Además, desde 2018 han sido separados 194 funcionarios. 

Vara Horna asegura que otro de los hallazgos del estudio es que un 59% de mujeres y un 58% de hombres estudiantes han sido testigos de la violencia en las universidades y no han dicho nada. En el profesorado sucede lo mismo. Un 50% de profesoras callan la violencia  y un 44% de hombres docentes también lo hace. Una de las causas es que se naturaliza el problema y se lo ve como normal. 

“Hay otra barrera que es la voluntad política ausente. (…) Hay que fijar, dentro de los planes estratégicos, una prevención puntual para asegurar un campo libre de violencia. Las universidades son lugares ideales. Hay que ser consciente de que hay que formar al personal docente porque si los profesores y profesoras creen que esto no es un problema, no van a creer en lo que están enseñando”, advierte el investigador. 

Christin Schulze, asesora junior del programa PreViMujer, explica que una de las metas de la GIZ y de PreVimujer es crear una cultura libre de violencia en contra de las mujeres y para ello es necesario levantar estadísticas y estudios sobre el tema con el foco en la prevención. “Deben haber capacitaciones, campañas, políticas, códigos de ética, protocolos. Además, hay que cambiar esos patrones culturales que legitiman y naturalizan la violencia. Es necesario romper con los mitos de creer que ‘los trapos sucios se lavan en casa’,  porque no es así, la violencia es un delito, un problema de salud pública y una violación de los derechos humanos”, señala. 

Schulze asegura que también hay evidencia de que la violencia en contra de las madres, por ejemplo, impacta en la escolaridad de los hijos e hijas, quienes al ser testigos desarrollan traumas y ven afectada su seguridad alimentaria. “En los hogares donde hay violencia en contra de las madres, hay 5 veces más probabilidades de no tener dinero para pagar la comida”, menciona. De ahí que sea tan importante trabajar en la prevención de la violencia desde edades tempranas para “cambiar las normas socioculturales”.  

Póngale freno

Mikaela Granja, representante de la Coalición Feminista Universitaria y estudiante de la facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, cree que hablar sobre violencia y acoso aún es un tema “incómodo” para los estudiantes, las autoridades y la sociedad. A su criterio la educación es la única salida.

Para esta joven activista, transversalizar el enfoque de género en las mallas curriculares es un punto a favor, no solo en las universidades, sino también en las escuelas y colegios. Hablar de educación sexual, sobre el consentimiento, estudiar los tipos de violencia, las bases de los derechos humanos, debería estar presente en las materias. “Creo que las generaciones que vienen merecen una educación libre de violencia con espacios seguros para educarse. Pienso en las generaciones por delante, en mis primas pequeñas, en las niñas y mujeres. Hay que hacer cambios”, reflexiona. 

También existen patrones arraigados que pueden trabajarse desde la crianza para evitar que la futuras generaciones repitan y perpetúen la violencia. En marzo de este año, Habitación Propia publicó el especial Iguales en la diversidad: ¿cómo criar para la no violencia y la igualdad de género?, en el que entregamos pistas de aquellas acciones que pueden cambiarse desde casa. 

La abogada y experta en temas de género, Sybel Martínez, recomienda realizar un ejercicio de introspección para autoanalizar la forma en que fuimos criados e identificar los patrones de violencia: “El poder entender que tenemos sesgos, que vivimos machismo, que enfrentamos estereotipos de género y los estamos trasladando, además, a nuestros sistemas familiares, es una tarea titánica, pero de verdad necesaria si queremos cambiar esta realidad”.

Para ella, la fuerza de la autoridad de madres, padres y cuidadores, radica en el ejemplo con el que inspiramos a nuestros hijos o hijas: «Yo no concibo que hablemos de igualdad y que le veamos a papá cocinando, cuando a la hora de la hora puede estar zarandeándole a su mujer o teniendo algunas otras manifestaciones de violencia como celos”.

La crianza para la no violencia es urgente. Chamamanda Ngozi, una reconocida escritora nigeriana y feminista, recomienda algunas ideas para criar niñas fuertes y empoderadas. En Habitación Propia rescatamos algunas de ellas. 

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