Las madres de carne y hueso salieron del clóset para recordarnos que maternar no es asunto de heroínas ni de beatas.
Para romantizar o desromantizar la experiencia materna debemos comprender qué significa ser romántico. La Real Academia de la Lengua lo define como tener una sentimentalidad excesiva, plantearse una relación íntima y amorosa con alguien, experimentar un sentimiento placentero y una atracción emocional hacia una persona o hacia algo.
Cuando hablamos de romantizar la maternidad nos referimos a darle una connotación idílica, asumiendo que es una experiencia positiva en todo sentido y esencial para construirnos como mujeres. Oír frases como “ser madre es lo mejor que puede pasarte en la vida”, “tener hijos es la máxima realización femenina”, “qué egoísta es no querer hijos”, y una infinidad de aseveraciones más, nos han hecho interiorizar la idea de que concebir y parir marca el camino a la felicidad.
Pero esto no basta. La industria cultural sigue mostrándonos, en revistas, en películas y en libros, a madres con sus hij@s sonrientes, complacidas mientras se entregan a la lactancia sin tregua; sin ojeras pese a velar el sueño de sus retoños; realizadas a plenitud mientras cocinan, limpian, cambian pañales, preparan papillas y etcétera.
Pero ¿qué pasa con aquellas mujeres que son madres y están cansadas o con sentimientos de culpa y frustración; con las que rechazan la lactancia porque les duelen los pechos y están de mal humor porque apenas han dormido tres horas? A veces pareciera que no se ajustan al concepto de buena madre romantizado y hegemónico.
En la última década ha tomado fuerza la necesidad de desromantizar la visión idealizada y perfecta de la maternidad. Está bien enseñar su lado bello, pero también el oscuro. Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente, explica que debemos renunciar a las falsas creencias en torno a la maternidad y que es necesario hablar sobre problemas de depresión y salud mental, abortos involuntarios y, sobre todo, de lo que significa criar, una tarea pendiente en la agenda feminista.
María Fernanda Cardona, periodista colombiana y socióloga, autora de @lamalamamapodcast, concuerda con Esther. Menciona que no basta con desromantizar la maternidad y sacarla del clóset, declarando que fue más dura de lo que alguna vez imaginamos. Para ella, un buen ejemplo de desromantización es dejar de sentir culpa y aceptarse sin etiquetas. Una mamá que no le dedica la mayor cantidad del tiempo a su guambra no es una mala madre o una mami desvirtuada.
En Habitación Propia ilustramos testimonios de mujeres que han vivido maternidades complejas y que no responden al estereotipo de la madre 24/7.
María Belén Cuesta Albuja. Madre de Anahí. 44 años.
Profesora de yoga, administradora en un condominio, traductora y profesora de inglés y español. Vive en San Clemente, Manabí.
¿Una madre separada o divorciada siempre debe quedarse con los hijos? Esta es la historia de una mujer que apostó por la crianza compartida y aceptó que su hija viviera con su taita.
Alexandra Campoverde. Madre de “Sambito”. 39 años.
¿Qué ocurre cuando una madre es diagnosticada con depresión y debe luchar por criar a su hijo y ocultar sus sombras mentales? Esta es la experiencia de Alexandra, una mamá con distimia que nos invita a discutir sobre la importancia de la salud mental materna.