Papá es invisible para las estadísticas, las políticas públicas y hasta para los círculos de desahogo. La composición social sigue ubicándolos en un rol de proveedores con poca capacidad para cuidar, contener y criar. Faltan cambios estructurales, pero también es fundamental que los hombres, por su propia cuenta, se involucren en la crianza, cuestionen los estereotipos y revolucionen su mirada.
Por María Fernanda Almeida.
No hay datos de cuántos taitas viven en Ecuador. Desde Habitación Propia preguntamos al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) y la respuesta fue contundente: “No existe registro alguno que dé cuenta del número de padres que existe en el país. Se trató de hacer un aproximado con respecto al jefe de hogar, pero, por ejemplo, si ese padre con sus hijos no viven en el mismo hogar, no se consideraría como padre”.
¿Existen políticas públicas y programas que hablen sobre paternidades activas y crianza, o -como mínimo- talleres enfocados en involucrar y empoderar a los hombres en tareas de cuidado? Buscando una luz de esperanza acudimos al Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y la realidad es que no. Se habla de la transversalidad del enfoque de género en los talleres que dictan, pero estos están dirigidos a las familias y no exclusivamente a los padres. En 2022 se capacitaron 24.642 mujeres en temas de derechos humanos, género y prevención de la violencia, versus 2.774 hombres. Las cifras hablan por sí solas.
También averiguamos sobre la entrega de bonos y pensiones a papás que son cabezas de hogar y que crían solos a sus hij@s. Pero esta información tampoco existe. El gobierno aprobó el llamado bono de los 1000 días para apoyar a madres y recién nacidos, y aquí encontramos una triste excepción: el padre sólo podría recibir el bono si su esposa llegara a fallecer.
A todo este panorama institucional se suman también las leyes. En Ecuador, el permiso por nacimiento de una guagua solo contempla 10 días para el padre, es decir, 240 horas. ¿Se puede crear un vínculo con un recién nacido compartiendo únicamente ese lapso de tiempo? Nuevamente, solo si la madre muere, el padre podrá hacer uso del permiso total de tres meses de maternidad que estipula la ley.
Aún en la era de Internet vivimos en una cultura cerrada, machista, en donde las leyes y proyectos son armados por pocas personas, normalmente los mismos hombres que arrastran historias patriarcales y que vienen de hogares conservadores en los que la mujer cuida y el hombre provee.
Marco Rojas, psicólogo y asesor nacional de Primera Infancia en Plan Internacional, reconoce que en Ecuador hay intenciones de cambio, pero que estas aún son muy débiles en comparación a lo que sucede con las sociedades nórdicas. En el país, dice, no hay políticas públicas y esta es la razón:
Marco Rojas
La Investigación sobre paternidades y crianza en primera infancia en Ecuador, impulsada por Plan Internacional (misma ONG que ejecuta la campaña Papás que cuidan), muestra, según Rojas, que “ejercer la paternidad con mayores condiciones de igualdad todavía no se ha consolidado”, especialmente en zonas rurales donde la violencia contra niños y niñas sigue siendo pan de cada día. Entre otras conclusiones, el estudio menciona que las tareas de cuidado siguen recayendo sobre las mujeres y que cuando son realizadas por los hombres son percibidas como una ayuda.
Según el experto, un hombre que quiere ejercer una paternidad activa debe revisar internamente sus patrones de crianza, eliminar la rigidez mental respecto al género, concientizar acerca de los beneficios que le han sido otorgados por ser hombre y cuestionar la masculinidad hegemónica que legítima el patriarcado.
Marco Rojas
Padres que habitan otros espacios
Carlos Gutiérrez (40), diseñador generalista, radicado en Santiago de Chile y padre de Lucas (2). Cría a su hijo sin red de apoyo más que la de su esposa. Forma parte de Tribu Papá, un grupo de crianza en Instagram.
Cuando Carlos miró su celular y fue agregado al grupo de Whatsapp Tribu papá, lloró. Era la primera vez, desde el nacimiento de su hijo Lucas en plena pandemia, que sintió ser parte de un círculo de apoyo para padres que buscaban sortear los avatares de verse, de un día para otro, a cargo de una guagua.
“Yo pasé nueve meses a la deriva y debo reconocer, sin temor alguno, que apenas me uní a este grupo, que en ese entonces éramos 30 papás, ahora somos 300 o 400, se me fueron las lágrimas. Ahora lo recuerdo y me emociona porque esto de materpaternar ha sido bien solitario”, rememora.
Renunció a su trabajo presencial cuando nació Lucas. Sabía que al vivir en Santiago de Chile con su esposa Lucía, sin ningún apoyo familiar, tendría que estar presente. Ahora da clases en un instituto y tiene trabajos independientes a los que va con Lucas en la mochila de porteo, mientras su pareja da terapias psicológicas. También se encarga de las siestas diarias y realiza las tareas domésticas junto a su compañera: “Muchos hombres estamos perdiendo el miedo a quedarnos con los hijos, rompiendo esquemas propios, cosas que supuestamente están predeterminadas para las mujeres, como la crianza”.
Reconoce que el paternar ha puesto su vida de cabeza. Dice que sus días no son soleados ni lluviosos, son nublados o “como el clima de Quito”, cambian de un momento a otro. Desde que es padre ha ganado experiencia, conoce más sus capacidades, pero reconoce que también está cansado y agotado mentalmente. Hay días en los que está inseguro y otros muy confiado. Con Lucas y Lucía ha ganado una familia, pero ha perdido amigos que cuestionan su masculinidad por asumir la paternidad con todas sus letras.
¿Cómo vislumbra la educación para Lucas? Dejando que su pequeño sea lo que aspira a ser, pero dándole herramientas para formar una persona autosuficiente, que resuelva los problemas de la vida, que crezca en igualdad y que externalice sus emociones, una necesidad que les ha sido negada a los hombres por mucho tiempo.
David Borja (40), especialista en permacultura, padre de Uriel (13). Se reparte la crianza igualitariamente con su expareja. Su hijo vive un año con él, en Río de Contas (Brasil), y otro con la madre.
David reconoce que siempre tuvo problemas de adaptación al statu quo. Nunca le gustaron las normas. En su juventud encontró en los viajes una nueva manera de admirar el mundo. En una de esas travesías por Brasil se enteró, junto a la que entonces era su compañera, que estaban embarazados.
Planificaron el parto en casa y nunca hubo un acuerdo tácito de quién debía cumplir con un rol o con otro respecto al cuidado de Uriel. Si el niño se levantaba de noche, el que primero despertaba lo volvía a dormir. Cuando se separó la primera vez de su pareja se quedó con el niño apenas destetado, durante varias semanas, mientras ella hacía cursos y dictaba talleres en otras ciudades de Brasil. Consolidó el vínculo con su hijo siendo éste muy pequeño.
David cree que con la llegada de Uriel le encontró un sentido al rumbo de vida que, hasta ese momento, era disperso. Empezó a involucrarse de lleno con la permacultura, que es el arte de diseñar espacios para vivir inspirados en la naturaleza y con el apoyo de la comunidad. Hizo cursos, dictó talleres e inició varios proyectos para la construcción de viviendas con esta técnica.
La segunda vez que se separó de la mamá de Uriel decidieron, por el bienestar del niño, que se turnarían un año de crianza con la madre y uno con el padre. Cuando es su turno, David se organiza para trabajar el menor tiempo posible desde casa. Se levanta temprano, cocina tres veces al día, lo matricula en una escuela pública de la localidad y asume todos los gastos en ese periodo. Viajan juntos.
David asegura que es necesario y fundamental llevarse bien con la expareja y madre de los hijos para lograr una buena crianza: “Si fuéramos papá y mamá toda la vida, la única figura paterna soy yo y la única materna es la mamá… Él (Uriel) asumiría solo las sombras y luces de ambos, pero si encuentra otra figura de hombre y de mujer en su vida, también abre su cabeza para mirar otras posibilidades. (…) Nos acercamos un poco a esa cultura más antigua en donde la crianza de los niños no era una cosa de papá y mamá, sino de comunidad”.
Diego Minda (41), comunicador social y músico autodidacta. Padre de Saiana, una adolescente de 15 años. Vive con su hija mes por medio, repartiéndose la crianza con Ana María, su expareja.
Aunque suene cliché, Diego concuerda en que nadie nace sabiendo cómo ser un buen papá: “No sé si lo estoy haciendo bien o no, solo trato de que ella aprenda de mi porque yo también aprendo de mi hija. Hay bastante de instinto paterno, mucho de sentido común, haciendo lo que uno cree que está bien y cómo puede incidir para que esa persona se convierta en un buen ser humano”.
Saiana ya no es su “guagüita”, es una adolescente que plantea otros temas en la mesa: drogas, amistades, romances, experiencias. Paternar en la adolescencia es otra cosa: “Es estar presente en la mayoría de las actividades que hace mi hija, entenderse como la persona que hace que todo su mundo sea posible, sea desde lo económico, lo afectivo, lo material, estar ahí para que ella pueda desarrollarse. Es darle herramientas para encarar este mundo cruel, difícil, pero también hermoso”.
Desde la separación con su expareja, Diego siempre luchó por más espacios con su hija. Para él, 3 o 4 días a la semana eran insuficientes porque los tiempos coartados para un papá soltero llegan a ser crueles: “Tratas de llevarle a los motes, a los cevichochos, al helado, a La Carolina, al vivarium. Es un sentimiento de querer aprovechar al máximo esas horas y lograr experimentar lo que realmente es vivir con tu hija”.
Desde la pandemia hubo cambios. Saiana pasa 30 días con mamá y 30 con papá. Han homologado ciertas normas de crianza en ambas casas para que no hayan confusiones con la limpieza y las tareas escolares. Para Diego han sido cambios significativos, saludables, que le permiten disfrutar de su hija en una etapa clave de su desarrollo. Tener la mente abierta y jamás alarmarse por los temas que le despiertan curiosidad es un recurso para ganar la confianza de Saiana.
Reconoce que el rol de padre es cuestionado y que las paternidades están atravesadas por el machismo estructural, lo que impide que los hombres busquen contención emocional en la dura etapa de la crianza: “Hay que ser fuerte, el puntal, el que provee, el que pone las reglas. Te hacen tomar esta pose de superhombre, demostrando que nada te afecta, que no puedes entrar en depresión, que no puedes mostrar tus sentimientos”.
Estas son las palabras de Diego, quien cuenta que solo después de 8 años, tras su separación, decidió formalizar una relación con una compañera que lo aceptó con la extensión eterna de su vida: Saiana.